Entre la capilla del Salvador, en la que se iniciaron las obras de la nueva catedral románica allá por el 1075, y la de San Juan, quedó un espacio irregular que ya en época gótica fue aprovechado para una nueva capilla, llamada de Nuestra Señora la Blanca, o de los España. La segunda denominación procede de la errónea atribución de su fundación a Juan de España, a finales del siglo XIII. En realidad, esta capilla fue fundada cien años después gracias a Juan Miguélez, y parece ser que era el espacio en el que los plateros celebraban la función del día dedicado a su patrono, San Eloy.
El estilo gótico con el que fue construida esta capilla queda claramente evidenciado por la bóveda de crucería cuatripartita, cuya clave está decorada con hojarasca, y que descansa sobre capiteles con hojas o esquemáticas figuras antropomorfas.


Nada más entrar, saltan a la vista los cubículos que, bajo arcos apuntados, albergan sepulcros que flanquean la capilla, los cuales datan de los posteriores siglos XVI y XVII. Estos sencillos sarcófagos de piedra, a diferencia de muchos de los sepulcros de la catedral, están aquí cubiertos con una losa a dos aguas, sin estatuas yacentes. Sin embargo, llama la atención que se levanten sobre animales salvajes, bastante deteriorados, entre los que incluso parece distinguirse un ser de facciones simiescas. Son las tumbas de Juan de España, de Juan Osorio y de Martín Romero de Figueroa, ésta última ya del siglo XVII.


Ya entrado el siglo XVIII, se le encargó a José Malvárez la realización de un retablo, pero no es el que hoy ocupa el fondo de la capilla. El actual retablo es de estilo neogótico, y se lo debemos a Maximino Magariños, quien trabajó también en otras capillas de la catedral. Levantado en 1906, ofrece relieves en su parte inferior e, igual que el antiguo retablo de Malvárez, acoge en el centro la imagen titular de la capilla, obra que se encargó al escultor compostelano Gregorio Fernández Prieto.

Para acceder a la capilla hay que atravesar otra interesante reja, que informa en su cerrojo de que fue realizada por Clemente Lorenzo, miembro de un antiguo linaje de buenos herreros de Compostela, en el año 1725. Sobre este acceso se colocó en el año 1211 una de las cruces de consagración de la catedral, labrada en madera.
