Además de los restos procedentes de las primitivas basílicas prerrománicas de Santiago, hallados en las excavaciones arqueológicas, una de las colecciones más importantes expuestas en el Museo de la Catedral es la de los elementos arquitectónicos y esculturas que formaban parte de la primitiva fábrica románica de la catedral. Ésta fue transformada por diferentes motivos con el devenir de los siglos y los estilos.
El primer momento de construcción de la catedral viene representado en el Museo por el vaciado en escayola de los capiteles de la Capilla del Salvador, por donde se inició la construcción en 1075. En ellos, unas cartelas dan noticia de ese arranque de las obras en época del obispo Diego Peláez y del rey Alfonso VI. A estas cartelas las sostienen personajes de intensa expresión, cortas proporciones y acusado primitivismo.

Más evolucionadas son las piezas que formaban parte de la primitiva fachada románica norte, la Puerta Francígena o Puerta del Paraíso, aludiendo a su programa iconográfico. A estas piezas pertenecían los seis fustes marmóreos entorchados tallados en la primera década del siglo XI. De clara influencia romana, cinco de ellos presentan decoración vegetal en la que se alternan racimos de vid y putti vendimiadores, que contrastan con otras ramas estériles con personajes demoníacos. Se trata del mismo mensaje dicotómico de pecado y redención a través del castigo, típico de la fachada románica.

De la misma portada norte proceden otras piezas, como un torso descabezado de figura sedente con delicadisimo trabajo de los paños, así como una placa que formaría parte de un zodíaco que representa a un personaje sentado y abrigado que se calienta ante el fuego, identificado como una personificación del mes de febrero. También otro relieve que acompañaría a la Expulsión del Paraíso, que hoy está en la fachada de las Platerías. Éste trata de la Reconvención de Adán y Eva en la que Dios Padre aparece ante estos, que se tapan pudorosamente.


Otra importante colección la forman los fragmentos conservados de la primitiva fachada occidental, sustituida por la actual fachada barroca del Obradoiro en el siglo XVIII. De ella podría provenir una figura descabezada con un estilo muy peculiar, que nos lleva a los clásicos paños mojados, y que algunos identifican como un Cristo Redentor quizás procedente de una hipotética fachada primigenia de la cripta del Pórtico de la Gloria. Más clara es la interpretación de otras dos piezas también procedentes de esta fachada. Es el caso de dos dovelas con el castigo de los lujuriosos, en las que los demonios se ensañan con las partes íntimas de un hombre y de una mujer.

En el centro de la fachada occidental románica estaría el gran rosetón, dibujado por Vega y Verdugo en 1657, que alumbraría el interior del templo. La reconstrucción de su compleja tracería de motivos vegetales y estrellas que podemos ver también expuesta fue factible gracias a los numerosos fragmentos hallados por Chamoso Lamas en 1961.

Pero una de las joyas del Museo de la Catedral es la reconstrucción de parte del coro pétreo del Maestro Mateo, realizado para ocupar los cuatro primeros tramos de la nave central de la catedral. En él, rematado por capillas en su última sección y con una parte superior transitable, los tres primeros tramos presentan al interior una sillería íntegramente en piedra sobre arcadas ciegas, y otras que sirven de separación entre los puestos. Cada tramo está cubierto con plafones de una sola pieza, todos diferentes y con motivos vegetales, como los reutilizados después en la fachada de la Puerta Santa. El remate superior es una crestería con arquitecturas que encierran bestias pecaminosas, contrastando con los niños de coro que cantan alabanzas al Señor con los que se alternan. Por la parte exterior, visible desde las naves laterales, están unos arcos ciegos de medio punto, rematados por arquitecturas que representan la Jerusalén Celeste, con figuras sedentes de personajes bíblicos.


Otras piezas del Museo son herederas de ese mismo estilo del Maestro Mateo. Ejemplo de ello es un Ángel con cartela, o un Santiago Sedente y Coronado, deudor de la iconografía del Santiago del Altar Mayor, que data entorno a 1250, aunque otros expertos lo clasifican como una obra ya del siglo XV.
Por diferentes motivos, el coro de Mateo sería derribado a principios del siglo XVII. Muchas de sus figuras se reutilizaron después en otras partes de la catedral, como es el caso de los ancianos de la Puerta Santa o los niños en la fachada de las Platerías. Otras piezas fueron aprovechadas como elementos de relleno arquitectónico en otros puntos, como en las escaleras del Obradoiro.
Del mismo coro mateano proceden otras piezas de excepcional calidad expuesta en el Museo, como la placa con los caballos del Cortejo de los Reyes Magos, que conserva parte de la llamativa policromía que decoraba todo el conjunto. Esta importante obra sería sustituida entre 1604 y 1606 por un coro de madera, obra de Juan Davila y Gregorio Español, del que en el Museo se conservan piezas como el relieve con la Imposición de la Casulla a San Ildefonso, de nogal en su color. Este otro coro fue retirado en 1945, y parte de él se trasladó, con poco éxito, a San Martín Pinario primero, y a Sobrado dos Monxes en 1971, donde recientemente se ha restaurado.


El gótico, a pesar de tantos proyectos que trajo a la catedral, ha dejado poca impronta en ella. No obstante, cuenta con numerosos ejemplos escultóricos en la primera planta del Museo. Además de algunos capiteles y restos arquitectónicos, destaca el tímpano de granito policromado de la Adoración de los Magos del segundo cuarto del XIV, procedente de la desaparecida Capilla de doña Leonor. Destacan también una Anunciación de caliza policromada de hacia 1325, obra de talleres de Coimbra, y posible regalo de Isabel de Portugal para el trascoro de la Catedral en su viaje este mismo año, y un San Miguel pesando las almas, de granito policromado y también de origen portugués, pero ya de la segunda mitad del siglo XV. Otra pieza de caliza policromada es un San Sebastián de taller compostelano de hacia 1448, quizás con destino a la capilla de Sancti Spiritus. Este santo es el patrón del gremio de los concheiros, típica profesión de Compostela ligada a los peregrinos.


De hacia 1500 es una Santa Ana con la Virgen y el Niño, de estilo borgoñón, atribuida a Nicolás de Chaterenne, artista que trabajó también en la decoración escultórica del Hospital Real de Santiago. Esta imagen habría estado en la Capilla de Don Lope de Mendoza, hoy sustituida por la neoclásica capilla de la Comunión.
Pero más allá de los restos arquitectónicos de las fachadas, las capillas, el coro pétreo y la escultura en bulto redondo, hay que hacer mención a varios relieves de las colecciones catedralicias, que son de notable importancia. Destaca sobremanera el retablo de alabastro inglés policromado, labrado en Nottingham sobre 1450, y ofrendado a la catedral en 1456 por el clérigo inglés John Goodyear con motivo de su peregrinación a Compostela. En sus cinco relieves, rematados por crestería gótica, recoge la historia de Santiago: vocación, misión, predicación – en un relieve central de mayor tamaño -, martirio y traslación, como consta en la inscripción latina de la parte inferior de la estructura de madera, sostenida por las piezas de alabastro.

El Crucificado, del polifacético Juan Bautista Celma, destinado a la capilla de Ánimas a la entrada del claustro, data de 1569. De finales del mismo siglo XVI, procedentes de una reforma manierista del Coro de Mateo, son unos relieves de madera en los que Gregorio Español recogió la Traslación del Cuerpo de Santiago de Iria a Compostela, los Peregrinos en el Monte del Gozo y el Traslado de las campanas de la Catedral de Córdoba a Compostela.


Destruido por completo el coro, treinta años después fueron reaprovechados en el desaparecido retablo de Reliquias, tallado en madera por Bernardo Cabrera y Gregorio Español, del cual se conservan algunos fragmentos en el Museo, como las primeras columnas salomónicas de España.
De un barroco avanzado, de hacia 1700, es la Virgen de la Leche de Luisa Roldán. Esta artista, que logró el título de “Escultora de cámara de su Majestad” combina la terracota pintada con la madera en esta pequeña pieza para la devoción privada, consiguiendo así una ternura y humanización difícil de conseguir para un escultor masculino.
Finalmente, el cortavientos para la Puerta Santa de Francisco Leiro de 1993 acerca la colección de escultura del Museo de la Catedral al arte del siglo XX, con su visión personal de la traslación del cuerpo de Santiago en barca.

