No es el gótico el estilo que más huellas ha dejado en la catedral. Muchas de sus aportaciones fueron pronto sustituidas por otras más modernas – como es el caso del claustro medieval –, maquilladas con añadidos posteriores – como la Torre del Reloj –, o bien destruidas por completo, como sucedió con la capilla funeraria de don Lope de Mendoza. Ésta estaba ubicada donde se abre hoy la Capilla de la Comunión, y de ella solo nos ha llegado el dintel, que aún hoy campea a la entrada de la nueva capilla con el escudo de don Lope.
También en esta capilla se venera una de sus imágenes titulares. Se trata de una Virgen del Perdón de estilo gótico internacional tallada en alabastro, y en cuya peana un orante don Lope ofrece su obra a la Señora. Sin embargo, nada se conserva del fabuloso sepulcro del arzobispo, tallado también en alabastro y soportado por leones, que estaba situado en el centro de la capilla. Cabe destacar que, junto a él, la Universidad de Santiago concedió los grados de Maestre y Licenciado durante siglos.

Parece ser que la vieja capilla funeraria estaba en bastante mal estado cuando, en el año 1764, el arzobispo Bartolomé Rajoy cedió quince mil ducados para “Rectificar y componer la capilla de Don Lope de Mendoza”. Lo hizo quizás pensando en convertirla en su panteón y en comulgatorio. Los pagos a Domingo Lois Monteagudo, al arquitecto encargado del proyecto, empezaron a librarse en 1766, cuando se empezó a generar también toda la documentación relativa al discurrir de las obras. Entre los avatares que Lois Monteagudo tuvo que superar, encontramos diversos enfrentamientos con canteros y operarios.


Finalmente, acabaría dejando la obra en manos de Miguel Ferro Caaveiro en 1770, quien respetó casi todo lo trazado por su antecesor. La planta del espacio de la capilla se presenta como un cuadrado que se transforma en octógono, y éste, a su vez, en un círculo. De este modo, el conjunto está dotado de un aire de perfecta rotonda neoclásica a pesar de lo irregular del espacio al que se adapta la capilla.


La cubierta, una cúpula originalmente culminada por una linterna, presenta hoy día, tras las reformas del siglo XX, un simple óculo. Dicha cúpula se apoya en ocho robustas columnas jónicas. Entre ellas, podemos ver las hornacinas de los cuatro doctores de la iglesia, tallados por Juan Dávila y Gregorio Español en el siglo XVII. Ellos fueron también los autores del coro de madera que a principios del mismo siglo sustituyó el del Maestro Mateo, situado en la nave central de la catedral.


La simple lápida negra del arzobispo don Lope que vemos en el suelo evoca aún hoy el origen funerario de la antigua capilla, así como también los dos sepulcros de mármol de alrededor de 1900 que decoran sendas imágenes, de la Fe y la Esperanza a derecha e izquierda de la capilla, obra que debemos a Ramón Constenla.