Las colecciones de pintura en un museo catedralicio distan mucho de lo que acostumbramos a ver en una pinacoteca, museos que como su nombre indica se centran en cuadros y pinturas de una o diversas épocas.
Pero el Museo de la Catedral exhibe algunas pinturas sobre tabla, lienzo o muro que merecen una breve reseña. Estas piezas no fueron concebidas para simple decoración. Su objetivo era el de complementar espacios arquitectónicos, transmitir y reforzar un mensaje litúrgico, o conmemorar a santos y pasajes de especial importancia jacobea.
Cronológicamente, la colección de pintura en el Museo de la Catedral arranca con un fragmento mural de finales del siglo XIV con restos de un ángel, proveniente de la desaparecida torre del arzobispo Manrique. Del primer cuarto del XVI son una serie de tablas que forman un tríptico con escenas de la Pasión del Señor, atribuidas al Maestre Fadrique. La tabla central representa la Santa Cena y es mayor que las laterales, que ilustran el Lavatorio de los pies y la Oración en Tríptico con escenas de la Pasión. A pesar de que el Maestre Fadrique aún echaba mano de recursos arcaizantes, como jugar con el tamaño de las figuras para dar sensación de lejanía, se aprecia ya la construcción de una perspectiva tanto en interiores como en paisajes.


No está claro el lugar de destino de estas tablas, pero el profesor García Iglesias apunta que debieron de pertenecer a la predela de un retablo del antecabildo, espacio que hoy corresponde a la antesala de la Capilla de las Reliquias. Fadrique, junto a Pedro Noble, realizó diferentes trabajos en la catedral introduciendo el estilo renacentista, y dejando atrás definitivamente al hispano-flamenco dominante hasta entonces
Pero las habilidades de Fadrique y sus postulados renacentistas pronto quedarán eclipsados por el genio del aragonés Juan Bautista Celma, que introdujo en su obra pictórica los postulados manieristas. Entre otras obras de diversa índole para la catedral- como púlpitos, tallas, mecanismo del botafumeiro, pinturas murales… -, éste pintó en 1569 las tablas al óleo para el cierre de la capilla mayor por la girola. Colocadas entre las columnas de la Capilla Mayor, lo que condicionaría su notable tamaño, éstas habían sido pintadas por ambas caras para ofrecer mensajes diferentes.
A los laicos de fuera, en la girola, se les ofrece los misterios gloriosos del rosario, y a los canónigos de dentro, la Pasión de Cristo. Del conjunto de cinco piezas que la formaron se conserva en el Museo la que representa la Resurrección, por la cara interior, y la de la Adoración de los Magos, por la de fuera. Aunque no nos ha llegado íntegra, esta tabla supone un ejemplo del profundo conocimiento que Celma tenía del arte italiano.
Hay también varios buenos ejemplos de pintura barroca en la catedral. Además de los pequeños cuadros del siglo XVII de Francken III en la Sala Capitular, con escenas del Camino del Calvario y La Conversión de San Pablo, se exhiben en las salas de la entreplanta un óleo sobre tabla de origen mexicano que representa a la Virgen de Guadalupe, y que es procedente de la reja del coro.


Ya del siglo XVIII, destacan las obras de Juan Antonio García de Bouzas, a quien se atribuye un óleo sobre lienzo de San Roque, y más importante, la fiel reproducción del Santiago Sedente del Altar Mayor, de 1748. Sería diferente la iconografía de Santiago utilizada por Domingo Antonio de Uzal en el último tercio del mismo siglo XVIII en su óleo de Santiago Matamoros.


Finalmente, cabe hacer una breve mención a uno de los pintores que más directamente trabajaron para la Catedral, Gregorio Ferro, natural de las proximidades de Compostela. A él le encargaron una serie de obras que debían completar la decoración de nuevos proyectos neoclásicos para la basílica, como por ejemplo la planeada, pero nunca realizada, Puerta Santa. En el caso del trascoro previsto, se conservan dos grandes tablas, la Anunciación y San Jorge, que se encuentran hoy en la sacristía de la catedral.


En el Museo se pueden admirar otras obras destinadas a este lugar: dos tondos sostenidos por ángeles que representan el Sueño de San José y la Visitación de María a Santa Isabel. Son obras de gran refinamiento e influencia italiana, que el recibo conservado en el Archivo data en agosto de 1808. Se exponen hoy en la capilla de San Fernando, junto a las piezas de orfebrería del tesoro. En este mismo espacio se pueden ver otras pinturas conservadas en su sitio, son los lunetos de la bóveda, pintados por Pedro Noble en 1536 y que reproducen la Ascensión y la Asunción de María.

