Transformaciones en el interior de la Catedral

Configurado casi definitivamente el aspecto exterior de la Catedral de Santiago tal y como hoy lo conocemos, en el interior las intervenciones barrocas se multiplican.

Intervenciones barrocas en las capillas

Aunque algunas capillas medievales habían recibido retablos ya en el siglo XVI, como la del Salvador, Santa Fe o la de Mondragón, es ahora cuando se construyen la mayoría de los retablos para las capillas, modificándose también la arquitectura de algunas de ellas. De éstas, destacan dos de nueva planta, la capilla del Pilar, apoteosis barroca de Domingo de Andrade, y la del Cristo de Burgos, hacia los pies de la basílica.

Capilla del Pilar. Vista general desde la entrada.
Capilla del Pilar. Vista general desde la entrada.

La nueva capilla mayor

Pero sin duda la transformación interior más importante del barroco – además del nuevo órgano y sus retablos construidos desde inicios del XVII – es la nueva capilla mayor, donde desde el medievo y con diversos añadidos y pequeñas transformaciones estuvo el cimborrio de Gelmírez sobre la imagen sedente del XIII de Santiago. De escuela del Maestro Mateo, a ella se encaramaban los peregrinos para tocarla y antaño ponerse su corona (hoy, lo tradicional es abrazarla).

El mausoleo romano y el Botafumeiro

Desde la segunda mitad del XVII, el trabajo de maestros de la talla de Domingo de Andrade, Fray Gabriel de las Casas, Manuel de Prado, Jacobo Pecul o Ángel Piedra dejarán su impronta en el monumental baldaquino sostenido por ángeles, así como en el camarín de Santiago, en su altar, el sagrario, y en el cierre perimetral de la capilla y reja. Bajo este espacio, desde finales del siglo XIX y con el redescubrimiento de los huesos de Santiago (1878), se abre el mausoleo romano, ya muy rebajado en su alzado por las sucesivas obras en la capilla mayor, y se hacen visitables las reliquias dentro de una urna de plata de José Losada hecha en esos años. Las había escondido en 1589 cerca de su ubicación original el arzobispo San Clemente por miedo al pirata Drake.

Detalle la figura de Santiago Matamoros en su camarín sin las flores que la suelen tapar parcialmente.
Detalle la figura de Santiago Matamoros en su camarín sin las flores que la suelen tapar parcialmente.

Ante el presbiterio, utilizando desde finales del XVI un ingenio mecánico ideado por Juan Bautista Celma, el Botafumeiro da mayor gloria a Dios y perfuma un ambiente a menudo cargado por la multitud de peregrinos que en la Edad Media incluso dormían en las tribunas de la Catedral. El actual Botafumeiro es de latón, hecho por el compostelano José Losada en 1851.

Detalle del mecanismo que permite el movimiento del Botafumeiro en la altura del crucero, bajo el cimborrio.
Detalle del mecanismo que permite el movimiento del Botafumeiro en la altura del crucero, bajo el cimborrio. Lo ideó, a finales del XVI, Juan Bautista Celma

La nueva Fachada del Paraíso y la capilla de la Comunión

En los años finales del barroco y llegando ya el neoclasicismo se derriba la antigua Fachada del Paraíso del brazo norte del transepto por la que entraban los peregrinos del Camino Francés, muy dañada por un incendio en 1758. La nueva la diseña Lucas Caaveiro, a quien ayuda Clemente Sarela. De concluir las obras se encargará Domingo Lois Monteagudo, quien recibe algunas sugerencias de Ventura Rodríguez y el visto bueno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, institución que por esos años supervisa los proyectos. Se termina en 1769, tratando de adaptar un diseño barroco a un gusto ya Neoclásico.

En este último estilo se construye la más “moderna” de las capillas de la Catedral, la de la Comunión. Domingo Lois Monteagudo le da forma de rotonda clásica cubierta por una cúpula soportada por ocho monumentales columnas jónicas, y ocupa el solar donde estuvo hasta entonces la gótica de don Lope de Mendoza.

Vista general de la Capilla de la Comunión con su característica planta neoclásica de rotonda
Vista general de la Capilla de la Comunión con su característica planta neoclásica de rotonda

Con el mismo gusto neoclásico y el influjo de la Academia de San Fernando, el obispo Sebastián Malvar pretende en 1794 liberar del coro la nave central, trasladándolo a una nueva capilla mayor en el estilo ilustrado de la época, con una nueva fachada exterior y renovada Puerta Santa. Ferro Caaveiro y Melchor de Prado firman los proyectos, aunque jamás se llevarían a cabo más que en algunos cuadros previstos para el espacio interior.

Queda así rematada una historia de los estilos artísticos desde el prerrománico hasta el neoclásico que aún recibiría algunas aportaciones en los últimos años, ya en los movimientos “neo” de las primeras décadas del siglo XX (retablo neogótico de la capilla de los España y de las Reliquias de Magariños), así como con diseños más propios de nuestros días (nuevas hojas de bronce de la Puerta Santa de 2004).